Mes: junio 2014

«El que corta el bacalao»

Aunque pueda parecer extraño la expresión se refiere a uno de los muchos títulos que acompañan al rey de España. Hoy en día está al final de la lista y ha perdido prácticamente su valor, pero durante mucho tiempo fue uno de los primeros atributos que seguían el nombre de todo monarca Borbón. El origen son unos versos que durante la Edad Media se atribuyeron erróneamente a Homero y que aun hoy siguen sin haber encontrado un autor concreto. En ellos se hablaba de Príamo, rey de Troya, y entre los diversos epítetos que se le atribuyen está el de “bacalakoptentós”, literalmente “el que corta el bacalao”, una función que al parecer entre los troyanos era exclusiva del rey. Los Borbones, en su intento de ennoblecer su por entonces joven linaje, divulgaron la leyenda de que eran descendientes directos de Priamo, de la misma manera que más tarde se diría que Carlos V fuera descendiente de Hércules. El epíteto “bacalakoptentós” fue utilizado al menos hasta mediados del siglo XV, ya que la popularización del consumo de bacalao hizo que el título perdiera su carácter casi sagrado para convertirse en una expresión cotidiana y alejada de todo aspecto real. Se cree que fue entonces cuando empezara a utilizarse la expresión como sinónimo de “el que manda”.

«Hacerse el longui»

Una expresión que nace en el Madrid de la década de 1920. Como es sabido, significa «hacerse el despistado». Todo parece indicar que la expresión se relaciona con el famoso historiador del Arte italiano Roberto Longhi, autor de obras importantísimas para el estudio de la pintura italiana. En 1924, tras contraer matrimonio con Anna Banti, Roberto Longhi viajó a Madrid en su viaje de bodas. Durante su viaje aprovechó para conocer otros estudiosos y para fortalecer los lazos entre las universidades de ambos países, programando diferentes exposiciones que no pudieron llevarse a cabo por el recrudecimiento de la crisis económica. Parece ser que Longhi, de familia humilde y por aquel entonces sólo un profesor más de la universidad, había invertido casi todos sus ahorros en el viaje, por lo que trató de ahorrar el máximo posible en el alojamiento y en la comida. Tanto es así que los profesores con los que se reunía empezaron a sospechar que detrás de sus constantes invitaciones para organizar comidas y preparar proyectos no eran sino una excusa para comer o cenar gratis. Puntualmente, cuando llegaba la cuenta, Longhi sacaba su cuaderno de apuntes y se ponía a escribir todas las cosas de las que se había hablado durante la comida, pidiendo que no le molestasen por temor a olvidarse de algo. Los profesores españoles notaron enseguida este «truco» de Longhi, pero movidos por la simpatía y la ternura que les inspiraba el italiano, decidieron no decirle nada y ayudarle en su momento de dificultad económica. Esta simpatía no fue en cambio óbice para que la anécdota se propagara rápidamente entre los estudiantes madrileños, que empezaron a utilizar «hacerse el longui» (Longhi se pronuncia exactamente «longui») para referirse a quien se hace el despistado.